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Capital Social y Cultura – III

Capital Social y Cultura – III

PARTE – III

II. LA CRISIS DEL PENSAMIENTO ECONOMICO CONVENCIONAL

“Las instituciones cuentan”, es el título de un reciente trabajo del Banco Mundial sobre la materia (1998). En el mismo, desarrolla en detalle la visión de que todo el tema de las instituciones debe ser incorporado al análisis de las realidades económicas y el diseño de políticas.
Entiende, como tales, al conjunto de reglas formales e informales y sus mecanismos de ejecución que inciden sobre el comportamiento de los individuos y las organizaciones de una sociedad. Entre las formales se hallan las constituciones, leyes, regulaciones, contratos, etc. Entre las informales están la ética, la confianza, los preceptos religiosos y otros códigos implícitos. Una de las debilidades del Consenso de Washington habría sido, según el Banco Mundial, la no inclusión de las mismas entre las políticas que recomienda. Señala al respecto: “Con una sola excepción (la protección de los derechos de propiedad), las prescripciones de política del Consenso de Washington ignoran el rol potencial que los cambios en las instituciones pueden jugar en acelerar el desarrollo económico y social”. Un amplio número de investigaciones recientes da cuenta de correlaciones estadísticas significativas entre buen funcionamiento de instituciones básicas, como los mecanismos anticorrupción, la calidad de las instituciones públicas, la credibilidad, y otras, y los avances en crecimiento, desarrollo social y equidad.

En las reformulaciones en curso del pensamiento económico convencional ha ingresado, como un tema central, el del capital humano. Mejorar el perfil de la población de un país es un fin en sí mismo, como resaltaba Sen. Al mismo tiempo, constituye una vía fundamental para alcanzar productividad, progreso tecnológico y competitividad en los escenarios económicos de fin de siglo. En ellos el papel del capital humano en la producción es decisivo. En estructuras productivas, cada vez más basadas en conocimiento, como las presentes y prospectivas, los niveles de calificación promedio de una sociedad van a ser determinantes en sus posibilidades de generar, absorber y difundir tecnologías avanzadas. La educación hace una diferencia crucial según las mediciones disponibles, tanto para la vida de las personas, el desenvolvimiento de las familias, la productividad de las empresas, y los resultados económicos macro de un país. Es, como se la ha denominado, una estrategia “ganadora” con beneficios para todos. La nutrición y la salud son a su vez, desde ya, condiciones de base para el desenvolvimiento del capital humano.

En este cuadro de conjunto, donde las dificultades de la realidad han impulsado una crisis y un proceso de reenfoque profundo del pensamiento económico, se inscribe la integración activa a los análisis del capital social y de la cultura. Una ola de investigaciones de los últimos años indica, con datos de campo a su favor, cómo diversos componentes no visibles del funcionamiento cotidiano de una sociedad, que tienen que ver con la situación de su tejido social básico, inciden silenciosamente en las posibilidades de crecimiento y desarrollo. Denominados capital social, los exploraremos en la sección siguiente. Empiezan a influir en el diseño de políticas en algunos países avanzados, han comenzado a formar parte de la elaboración de los proyectos de desarrollo, e instituciones de cooperación internacional, están incluyendo los progresos en capital social, en los criterios de medición del grado de éxito de los proyectos.

Al centro del capital social se hallan múltiples elementos del campo de la cultura. Como lo destaca Arizpe (1997), tienen todo orden de implicancias prácticas y han sido marginados por el pensamiento convencional. Destaca: “La teoría y la política del desarrollo deben incorporar los conceptos de cooperación, confianza, etnicidad, identidad, comunidad y amistad, ya que estos elementos constituyen el tejido social en que se basan la política y la economía.
En muchos lugares, el enfoque limitado del mercado basado en la competencia y la utilidad está alterando el delicado equilibrio de estos factores y, por lo tanto, agravando las tensiones culturales y el sentimiento de incertidumbre”.

El capital social y la cultura han comenzado a instalarse en el centro del debate sobre el desarrollo, no como adiciones complementarias a un modelo de alto vigor que se perfecciona un poco más con ellos. Todo el modelo está sufriendo severas dificultades por sus distancias con los hechos, y las críticas procedentes de diversos orígenes se encaminan de un modo u otro a “recuperar la realidad” con miras a producir, en definitiva, políticas con mejores chances respecto a las metas finales. En ese encuadre, el ingreso al debate de los mismos forma parte del esfuerzo por darle realidad a toda la reflexión sobre el desarrollo.

El replanteo del modelo no se está haciendo solamente a través de la inclusión de diversas variables ausentes. Está en discusión un aspecto subyacente más profundo, la lógica de las interrelaciones. Una parte significativa del nuevo debate está concentrado en el análisis de cómo se han subestimado los encadenamientos recíprocos entre las diversas dimensiones, y cómo ello ha generado errores de consideración en la preparación de políticas. Alessina y Peroti (1994). por ejemplo, subrayan sobre una interrelación clave: “… la desigualdad en los ingresos es un determinando importante de la inestabilidad política.
Los países con un ingreso más desigualmente distribuido son políticamente más inestables. A su vez la inestabilidad política tiene efectos adversos sobre el crecimiento”.

Las áreas económica, política y social están inextricablemente ligadas. Lo que suceda en cada una de ellas va a condicionar severamente las otras. La visión puramente economicista del desarrollo puede tropezar, en cualquier momento, con bloqueos muy serios que surgen de las otras áreas, y así se ha dado en la realidad.

Hay en curso, en ese marco, una reevaluación integral de las relaciones entre crecimiento económico y desarrollo social. En la visión convencional se suponía que, alcanzando tasas significativas de crecimiento económico, el mismo se “derramaría” hacia los sectores más desfavorecidos y los sacaría de la pobreza. El crecimiento sería, al mismo tiempo, desarrollo social. Las experiencias concretas han indicado que las relaciones entre desarrollo económico y desarrollo social son de carácter mucho más complejo. El seguimiento de la experiencia de numerosos países, efectuado por las Naciones Unidas através de sus informes de Desarrollo Humano, no encuentra corroboración para los supuestos del llamado modelo de derrame. No basta el crecimiento para solucionar la pobreza. Siendo absolutamente imprescindible, el mismo puede quedar estacionado en ciertos sectores de la sociedad, y no llegar a los estratos sumergidos. Pueden incluso darse tasas significativas de crecimiento y, al mismo tiempo, continuar en vigencia agudas carencias para amplios sectores de la población. James Migdley (1995) señala que esa forma de crecimiento ha caracterizado a muchas naciones desarrolladas y en desarrollo en los últimos años, y la denomina “desarrollo distorsionado”. El crecimiento, constata, no ha sido acompañado en ellas por un mejor acceso a protección de salud, educación, servicios públicos y otros factores que contribuyen al bienestar social. Se plantea entonces que, junto a los esfuerzos que es desde ya necesario realizar por el crecimiento, deben practicarse activas políticas de desarrollo social, y debe mejorarse la equidad.
Formarán parte de dichas políticas inversiones, mantenidas en el tiempo y considerables, en educación y salud, extensión de los servicios de agua potable, instalaciones sanitarias y energía eléctrica, protección a la familia, y otras. Para que el crecimiento signifique bienestar colectivo, debe haber simultáneamente desarrollo social.

El análisis de las interrelaciones entre ambos está yendo, incluso, más lejos. Se resalta que son interdependientes. James Wolfensohn (1996), Presidente del Banco Mundial, ha planteado al respecto: “Sin desarrollo social paralelo no habrá desarrollo económico satisfactorio”.

Efectivamente, el desarrollo social fortalece el capital humano, potencia el capital social, y genera estabilidad política, bases esenciales para un crecimiento sano y sostenido. Alain Touraine (1997) sugiere que es necesario pasar a una nueva manera de razonar el tema: “Queda así planteado el principio central de una nueva política social: en vez de compensar los efectos de la lógica económica, esta debe concebirse como condición indispensable del
desarrollo económico”.

La visión que aparece es la de que no es viable el desarrollo social sin crecimiento económico pero el mismo, a su vez, no tendrá carácter sustentable sino está apoyado en un intenso crecimiento social.

Otro eje analizado son las relaciones entre grado de democracia y desarrollo social. Wickrane y Mulford (1996), entre otros, han examinado las correlaciones estadísticas respectivas.
Sus datos indican que cuando aumenta la participación democrática, y se dispersa el poder político entre el conjunto de la población, mejoran los indicadores de desarrollo social. Los gobiernos tienden a responder más cercanamente a las necesidades de la mayoría de la población.

Sumando factores, Wolfensohn (1998) sugiere la imprescindibilidad de ir más allá de los enfoques unilaterales:

“Debemos ir más allá de la estabilización financiera. Debemos abordar los problemas del crecimiento con equidad a largo plazo, base de la prosperidad y el progreso humano. Debemos prestar especial atención a los cambios institucionales y estructurales necesarios para la recuperación económica y el desarrollo sostenible. Debemos ocuparnos de los problemas sociales.

Debemos hacer todo eso. Porque si no tenemos la capacidad de hacer frente a las emergencias sociales, si no contamos con planes a más largo plazo para establecer instituciones sólidas, si no logramos una mayor equidad y justicia social, no habrá estabilidad política. Y sin estabilidad política, por muchos recursos que consigamos acumular para programas económicos, no habrá estabilidad financiera”.

Como se observa, en la imagen transmitida, la estabilidad financiera no es posible sin estabilidad política. Ella a su vez está muy ligada a los grados de equidad y justicia social. El frente a abordar es muy amplio. Es necesario atacar, al mismo tiempo que los problemas económicos y financieros, los sociales, y avanzar en las transformaciones institucionales.

El capital social y la cultura son componentes claves de estas interacciones. Las personas, las familias, los grupos, son capital social y cultura por esencia. Son portadores de actitudes de cooperación, valores, tradiciones, visiones de la realidad, que son su identidad misma. Si ello es ignorado, salteado, deteriorado, se inutilizarán importantes capacidades aplicables al desarrollo, y se desatarán poderosas resistencias. Si, por el contrario, se reconoce, explora, valora, y potencia su aporte, puede ser muy relevante y propiciar círculos virtuosos con las otras dimensiones del desarrollo.

La crisis de la reflexión convencional sobre el desarrollo en marcha está abriendo, entre otras, la oportunidad de cruzar activamente capital social, cultura, y desarrollo. Hasta hace poco la corriente principal de trabajo sobre desarrollo prestaba limitada atención a lo que sucedía en dichos campos. A su vez, en ellos, muchas indagaciones se realizaban al margen de posibles conexiones con el proceso de desarrollo. La crisis, que busca ampliar el marco de comprensión para poder superar la estrechez evidenciada por el marco usual, crea un vasto espacio para superar los aislamientos. En la sección siguiente se intenta avanzar en esa dirección, explorando algunos de las múltiples interrelaciones posibles.