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Capital Social y Cultura – II

Capital Social y Cultura – II

PARTE – II

II. LA CRISIS DEL PENSAMIENTO ECONOMICO CONVENCIONAL

Se hallan en plena actividad, actualmente, diversas líneas de discusión sobre los supuestos económicos que han orientado el desarrollo en lasúltimas décadas. El debate en curso no aparece como un debate hacia el interior de la academia, en donde diversas escuelas de pensamiento o personalidades defienden determinados enfoque surgidos de su propia especulación. Está fuertemente influido por las dificultades del pensamiento convencional en la realidad. Lo han dinamizado y urgido procesos como los severos problemas experimentados por las economías del Sudeste asiático, las graves crisis observables en economías en transición, como la rusa, las inestabilidades pronunciadas en los mercados financieros internacionales, los desajustes y las polarizaciones sociales en regiones como América Latina, y otros. Aparece gracias a los importantes avances en la medición de los fenómenos económicos y sociales, como un debate en donde la especulación infinita a partir de las propias premisas, característica de décadas anteriores, es reemplazado por análisis que arrancan de la vasta evidencia empírica que está generando el instrumental cuantitativo y estadístico.

Una primera característica de la crisis en curso es el llamado, cada vez más amplio, a respetar la complejidad de la realidad. Se previene contra la “soberbia epistemológica” conque el pensamiento económico convencional trabajó múltiples problemas, pretendiendo capturarles y resolverlos a partir de marcos de referencia basados en grupos de variables limitadas, de índole casi exclusivamente económico, que no dejaban espacio a variables de otras procedencias. Joseph Stiglitz (abril del 1998) reclama que “un principio del consenso emergente es que un mayor grado de humildad es necesario”. Aboga por un nuevo consenso, post Washington, ante las dificultades surgidas en la realidad. Señala a América Latina como uno de los casos que evidencia las dificultades.
Afirma: “yo argumentaría que la experiencia latinoamericana sugiere que deberíamos reexaminar, rehacer y ampliar, los conocimientos acerca de la economía de desarrollo que se toman como verdad, mientras planificamos la próxima serie de reformas”.

Otro aspecto sobresaliente de la nueva discusión sobre el esarrollo, es la apelación cada vez más generalizada a superar los enfoques reduccionistas y buscar, para captar la complejidad, perspectivas integradoras de variables múltiples. Enrique Iglesias (1997) advierte: “El desarrollo sólo puede encararse en forma integral; los enfoques monistas sencillamente no funcionan”. Joseph Stiglitz (octubre de 1998) destaca que se ha visto al desarrollo como un “problema técnico que requiere soluciones técnicas”, y esa visión ha chocado con la realidad que va mucho mas allá de ella. Señala que “un evento definidor ha sido que muchos países han seguido los dictados de liberalización, estabilización y privatización, las premisas centrales del llamado Consenso de Washington y, sin embargo, no han crecido. Las soluciones técnicas no son evidentemente suficientes”.

Un tema resaltante de la discusión abierta es el énfasis en no confundir los medios con los fines, desvío en el que se sugiere, se ha caído con frecuencia. Los objetivos finales del desarrollo tienen que ver con la ampliación de las oportunidades reales de los seres humanos, de desenvolver sus potencialidades. Una sociedad progresa efectivamente cuando los indicadores claves, como años que la gente vive, calidad de su vida, y desarrollo de su potencial avanzan. Las metas técnicas son absolutamente respetables y relevantes, pero son medios al servicio de esos objetivos finalistas. Si se produce un proceso de sustitución silenciosa de los fines reales por los medios, se puede perder de vista el horizonte hacia el cual se debería avanzar, y equivocar los métodos para medir avance. La elevación del Producto Bruto per capita, por ejemplo, aparece en la nueva perspectiva como un objetivo importante y deseable, pero sin dejar de tener nunca en cuenta que es un medio al servicio de fines mayores, como los índices de nutrición, salud, educación, libertad, y otros. Sus mediciones no reflejan por tanto, necesariamente, lo que está sucediendo en relación a dichas metas.
Amartya Sen (1998) analiza detalladamente esta visión general en el caso de los recursos humanos. Señala que constituye un progreso considerable el nuevo énfasis puesto en los mismos, pero que debe entenderse que el ser humano no es sólo un medio del desarrollo, sino, su fin último. Esa visión no debe perderse de vista. Subraya “Si en última instancia considerásemos al desarrollo como la ampliación de la capacidad de la población para realizar actividades elegidas libremente y valoradas, sería del todo inapropiado ensalzar a los seres humanos como “instrumentos del desarrollo económico. Hay una gran diferencia entre los medios y los fines”.

Stiglitz (Octubre, 1998) enfatiza que la confusión medios-fines ha sido frecuente en la aplicación del Consenso de Washington: “se ha tomado la privatización y la liberalización comercial como fines en sí mismos más que como medios para alcanzar un crecimiento sostenible, equitativo y democrático. Se ha focalizado demasiado en la estabilidad de los precios, más que en el crecimiento y la estabilidad de la producción. Se ha fallado en reconocer que el fortalecimiento de las instituciones financieras es tan importante para la estabilidad económica, como controlar el déficit presupuestario y aumentar la oferta de dinero. Se ha centrado en la privatización, pero se ha puesto demasiada poca atención a la infraestructura institucional, que es necesaria para hacer que los mercados funcionen y, especialmente, a la importancia de la competición”.

A partir de estas percepciones sobre la estrechez del enfoque meramente técnico y la necesidad de delimitar fines y medios, se plantean visiones ampliatorias de los objetivos que debería perseguir el desarrollo. Junto al crecimiento económico, surge la necesidad de lograr desarrollo social, mejorar la equidad, fortalecer la democracia, y preservar los equilibrios medioambientales. El Consenso de los Presidentes de América en Santiago (1998), reflejó este orden de preocupaciones incluyendo, en su plan de acción, juntos que exceden a los abordajes convencionales como, entre otros: el énfasis en la promoción de la educación, la preservación y profundización de la democracia, la justicia y los derechos humanos, lucha contra la pobreza y la discriminación, el fortalecimiento de los mercados financieros, y la cooperación regional en asuntos ambientales.

Se resalta en las críticas al pensamiento económico convencional como las limitaciones de su marco de análisis, han creado serias insuficiencias de operación. Variables excluidas o marginadas como, entre otras, las políticas, y las institucionales, tienen alto peso en la realidad y van a incidir fuertemente creando escenarios no previstos. Quejarse de ellas como “intrusos indeseables” no conduce a ningún camino útil.
Pareciera que lo que corresponde no es reclamarle a la realidad, sino revisar el esquema conceptual con el que se está analizando, para darles su debido lugar.

Alessina y Peroti (1994), entre otros, plantean la necesidad de ingresar en un examen en profundidad de las intersecciones entre política y economía. Destacan: “… la economía sola no puede explicar integralmente la enorme variabilidad entre los países en el crecimiento y más generalmente los resultados económicos y las alternativas de política. Las elecciones de políticas económicas no son hechas por planificadores sociales que viven sólo entre documentos académicos. Más bien, la política económica es el resultado de luchas políticas dentro de estructuras institucionales”.

Sen analiza, al respecto, cómo las realidades políticas son determinantes en las hambrunas masivas que han afligido a amplios grupos humanos en el presente siglo. Según sus investigaciones (1981), las hambrunas no tienen que ver necesariamente con escaseces de recursos alimenticios.
Se vinculan más con factores como las disparidades de precios relativos, los bajos salarios, y las maniobras especulatorias. El cuadro de condiciones políticas pesa fuertemente al respecto. Examinando las correlaciones entre hambrunas masivas y tipo de régimen político, determina (1998) que “ningún país dotado de un sistema de elecciones multipartidistas, con partidos de oposición capaces de expresarse como tales, de una prensa capacitada para informar y poner en tela de juicio la política gubernamental sin temor a ser censurada, ha sido escenario de hambrunas realmente importantes”. En esos países funcionan poderosos “incentivos políticos” para que se tomen decisiones que eviten la hambruna. En cambio, observa que las hambrunas de mayores proporciones han tenido lugar en: “territorios colonizados y gobernados por autoridades imperialistas extranjeras, dictaduras militares de corte moderno, bajo el control de potentados autoritarios, o regímenes de partido único donde no se tolera la disidencia política”.